Comparte Riqueza, no Pobreza
Desde hace ya varios años he venido profundizando en el tema de la familia y, por supuesto, el impacto del manejo del dinero en las relaciones del grupo familiar. También he profundizado en el tema de la libertad financiera de las personas y cómo conseguirla. En las siguientes líneas presento algunas de mis conclusiones al respecto.
Primero que todo definamos la libertad financiera como aquel momento de la vida de una persona en el cual al momento de levantarse de su cama ya tiene cubiertas lo que considera sus necesidades básicas como alimentación, vivienda, salud y educación. Esto ha sido logrado construyendo un ingreso pasivo por la vía del ahorro, la inversión o armando un negocio. Al salir de sus casas, el propósito del día de estas personas es trabajar para sus vacaciones, darse gusto, darle gusto a las personas que ama, compartirlo con los más necesitados o incrementar su base de ahorro.
Por otra parte, para nuestra cultura latina el apoyo a la familia es muy importante; cualquier padre se sacaría el pan de la boca para darle de comer a su hijo, aún si este no tuviera hambre; igualmente, lo más común es que los hijos velen por la estabilidad económica de sus padres y adultos mayores en caso que ellos no sean autosuficientes. Y esa unidad familiar nos llena de orgullo y felicidad pues sin temor a equivocarme es uno de los aspectos más positivos de nuestra cultura.
Pero este comportamiento familiar nos enfrenta a una serie de retos que pueden afectar el logro de la anhelada independencia económica. Hay un número importante de personas mayores que no lograron su independencia económica y que, para subsistir, tienen que pasar angustias o depender de sus familiares más jóvenes para atender aún sus necesidades básicas. Y para los más jóvenes la cosa tampoco es fácil porque en muchos casos ven que en su proyección de vida su independencia económica propia se atrasará por atender a sus familiares desprotegidos.
Se podría culpar a los bajos ingresos aunque generalmente la culpa es de las malas costumbres de gasto y la baja cultura de ahorro.
Así pues, la independencia económica de los individuos debería ser un objetivo al interior de nuestras familias sin perder nuestra unidad familiar. A ese respecto quisiera plasmar algunos consejos:
Viejo es aquel que tuvo la suerte de llegar a la vejez. Y si usted llega a tener esa suerte es muy probable que llegue un momento en su vida en el que aún pudiendo trabajar no consiga quien le de trabajo. Por lo tanto, para ese momento de su vida usted debe haber montado una renta que le permita cubrir sus necesidades básicas y también los “gusticos”. Empiece hoy!
El mejor legado para un hijo es la independencia económica. Diferente a la opinión generalizada que menciona que lo mejor que se le puede dejar a un hijo es la educación, me arriesgo a afirmar que por encima de la educación está la independencia económica. Que los hijos logren velar por sí mismos y que no tengan que velar por otros diferentes a sus propios hijos indefensos.
El sacrificio por los hijos también tiene sus límites. Recuerdo el caso de una pareja mayor con dificultades económicas que habían gastado buena parte de sus ahorros ayudando a su hijo en la compra de un apartamento más grande para “heredarle en vida”. El “niño” tenía 52 años y después de un tiempo también afrontó muchos problemas para cuidar la salud de sus padres. Herédele en vida a sus hijos cuando esté realmente seguro que todas sus necesidades personales y de pareja ya están cubiertas por mucho mucho tiempo.
La responsabilidad de los hijos debe ser de los padres y no de los abuelos. Conozco muchos casos en donde los abuelos pagan la educación de los nietos mientras los padres atienden muchos gastos innecesarios y lujos inadecuados. No gaste lo que no necesita y dé ese mismo ejemplo a sus hijos.
Pero si usted es una persona joven que está atendiendo las necesidades de sus padres mayores tiene un doble reto: hacer independientes a sus padres y luego construir su propia independencia. Si, leyó bien: “hacer independientes a sus padres” construyéndoles alguna renta que les permita sobrevivir aún si usted llegara a faltar; si bien lo natural es que los hijos sepulten a sus padres, nadie está exento de morir joven.
La cultura anglosajona es diferente a la nuestra en este aspecto de la independencia económica y la unidad de la familia. Recientemente conocí de una persona de origen anglosajón quien debió dejar toda su actividad pues se enteró que su padre había muerto. No lo veía hacía cinco años. Podría resaltar la falta de unidad y cercanía familiar pero voy a resaltar que en esos 5 y seguramente más años, ni padre ni hija tenían una relación de dependencia económica. Ni todo es bueno ni todo es malo.
Para varios países de nuestra región latinoamericana la principal fuente de divisas es las remesas del exterior. Miles de ciudadanos se vuelven inmigrantes en países con idiomas y culturas diferentes para trabajar de sol a sol y poder enviar dinero a sus familias quienes localmente no logran ser autosuficientes. Toda esto a costa de no ver a su familia en años; una gran ironía para esta cultura latina de unidad. Claro que debemos pedirle a los gobiernos de la región mejores condiciones para generar empleo, pero sobre todo, debemos empezar a pensar en que cada miembro de la familia le apunte a su independencia económica y que las reuniones familiares sean para compartir riqueza y no para compartir pobreza y cada uno con su propias responsabilidades.